Historias del chico muerto.


Ayer encontré tus palabras. Había un saco de ellas. Tú que casi no leías. Y a mí me escribiste libros. Sentimientos… no especialmente poéticos. Nada de cielos azules. Pero aún así, y quizá por eso, sinceros. Eso creo.
Hojas y hojas. Cartas. Postales. Recortes de corazones. Dibujos. Cuentos. Rotuladores de colores. Rosa, morado y verde. Fotos. Dedicatorias. Recuerdos… Me entro vértigo y me sentí mal. Fue extraño. Debimos de querernos mucho. Por un tiempo. Eso dicen tus cartas. ¿Éramos tan felices como escribías? ¿Tan niños y tan inocentes? Cuantas promesas nos hicimos… y que pocas respetamos. ¡Cuántas rompimos! ¿Recuerdas? Había fotos de sonrisas y besos. Y mucho cariño en los ojos. Me pareció horrible no encontrarme en ese niño. No recordar tus besos. No recuerdo haberte querido. Ni que me hacías sentir. Ni que buscaba en tus labios. Es triste olvidar que quisiste.
En su momento –eso recuerdo- me pareció triste. Es triste que muera un amor. Sea bueno o malo, es triste. Una muerte siempre lo es… Pero ahora es especialmente… ¿amargo? No sé si tanto. No duele, pero lo siento aún más triste precisamente por eso. Y porque, fuera bueno o malo, era mío. Y ahora resulta que existe el alzhéimer en los sentimientos.
De eso se trata. No echo de menos nada, pero no porque no quiera. Sino porque no lo recuerdo. Y eso que hay una vida en ese saco. Pero yo ya no soy ese niño. Y seguramente tú no seas ella. ¡Me escribiste casi a diario! Durante meses. Quizás años. Me diste mucho. Bueno y malo. Pero sobre todo al principio… con que ilusión me quisiste. No te recordaba así. Capaz de querer tanto. Al principio solo recordaba lo malo. Los gritos, las mentiras, las peleas. El cansancio. Pero ya ni siquiera eso recuerdo. Sé que las hubo. Sé que muchas veces fui un canalla contigo. Que te hice sufrir aposta. Pero ese no fue aquel niño, sino un paso intermedio. Entre el hombre que soy ahora y aquel que algún día te quiso. Lo siento. Especialmente por aquello. Nos hicimos sufrir mucho. Pero no importa ahora. O eso espero. Siento haberte apartado de mi vida. Pero creo que lo necesitaba. Podríamos haber sido amigos. Sé que tú querías. Pero, aún ahora, no sé que tú me encontraría… Y ya tuve bastante de aquello.
Es triste. Es triste. No sé explicarlo… Parece que haya perdido una vida. Una forma de sentir que murió con aquel “nosotros”. ¡Ah! ¿Recuerdas cuanto nos reíamos juntos? Qué agradable era aquello. Yo me reía con tus tonterías. Con tus lapsus a mitad de palabra. Y tú no parabas de reír. Y reír. “¡Mi novio es muy gracioso! ¿Por qué no eres así con todos? ¡Quiero que todos lo sepan!”. Pero aquellas tardes de risas idiotas solo eran contigo. Con mis mejores amigos, con otras chicas. No. Era agudo. Reservado. Charlatán. Bufón. Atractivo. Pero nunca tan niño… y no lo he vuelto a ser hasta ahora.
Ahora quiero a otra persona. Y sé cuanto la quiero. Sé porque. Rio como un niño con ella. Y comparto cosas que contigo… Bueno, nunca nos quisimos de esta manera. Tú no entendías a este yo. Quizás… Sin duda, mi mayor parte. No sé si la mejor o no. El callado. Reflexivo. El escritor barato. El de la lágrima tras la sonrisa. El estúpidamente sensible. Rayado. Asocial. Enfadado con todos y el mundo. Creativo. Soñador. No lo entendiste nunca. Eran caprichos de un chico raro. Yo tampoco entendía tu mundo. Y lo criticaba. Lo despreciaba sin tapujos. Nunca estuvimos hechos el uno para el otro. Pero por un tiempo pareció que sí.
Me hablaste de una vida juntos. De tu amor de niña. De nuestro futuro. Otra vez de cuanto me querías. De tus celos. De tus deseos… Qué raro… Qué extraño me suena todo.
Creo qué se me está pasando el efecto de haber leído tus palabras. El recuerdo borroso de todo aquello. De nuestra vida conjunta. ¡Si hasta nos veíamos todos los días! Increíble, ¿ah? Yo, el ermitaño. Viéndote todos los días. Y como te molestabas cuando no quería. “¿Hoy? No me apetece mucho. Mejor nos vemos mañana un rato”
Lo más curioso de esto, es que no queda ninguna de las mías. De mis cartas. Obviamente. Es normal que no las tenga. Pero quiero decir que no queda nada tampoco en mi recuerdo… Solo los dibujos. Te hice dos… dos en otros tantos años. Y el tercero. El que nunca te di… el del día que te dejé de querer…Ese aún lo guardo.
Después de aquel tercer dibujo, de borrones y falsas copias… No era capaz de dibujarte. Ya no. Yo aún no lo sabía. Lo supe luego. Lo que aquello quería decir. De cualquier forma, después de aquel dibujo vino lo menos bueno… Otros dos años. Pero sin nada de inocencia. Aquel niño que te quiso ya se había ido hacía tiempo.
Pero a ti te dio igual. Tú te esforzaste por tenerme. A toda costa. Por recuperarme. Y cuanto más me insistías más disfrutaba negándome. Aunque también me molestabas. Tú y tus empeños de niña consentida. Obstinada. Hacías de todo un arma. Y al final cedí. Para tu desgracia. O puede que no. Yo era feliz con la idea de tenerte ahí, en segundo plano. Mi vida era ahora todo lo que yo siempre había querido. Y tú parecías feliz. Aunque a mí no me importara. Volvió a sorprenderme cuanto te esforzabas porque aquello funcionara. O quizás fuese una máscara. No lo sé.
Orgulloso. Prepotente. Déspota. No recuerdo haberte querido en el transcurso de aquellos dos años. Esta vez no por memoria, sino porque creo que en ningún momento lo hice. Te prohibí la entrada en mi casa. En mi corazón. En mi vida. Y no quería que me vieran contigo. Te traté mal, esta vez a sabiendas. Pero aún así tú querías estar conmigo. A pesar de la distancia. De otras. De mi indiferencia. Mis malas palabras. Quisiste estar conmigo. Aún cuando ahora era todo más difícil. Tú pusiste todo el esfuerzo. Llevaste una relación muerta a cuestas. Y yo te deje hacerlo.
No quiero hablar mucho de aquello. No sé si tu amor entonces era sincero o también un juego. A la niña, pese a sus defectos, puedo asegurar que la quise. Aunque ya no lo recuerdo. Pero a aquella versión de ti… No entonces. No conmigo. Lo que hubiera, para entonces ya estaba muerto. Y como digo me aproveche. Prefiero pensar que los dos lo hicimos.
Ah…  Al final ha acabado saliendo… Por todo esto es por lo que no lo recuerdo. Por eso aquel niño está muerto. Y tú ahogaste a tu niña en el barro. Prefiero pensar que sí. Tampoco me creería lo contrario. Sé que me hiciste daño. Que jugaste conmigo. Que… no. No quiero hablar más de eso. Creo que sé porque no somos amigos. Porque te aleje de mí. ¿Ves? Pero… ¡Nos quisimos tanto! Eso tiene que valer para algo… ¿A dónde va todo ese cariño muerto? Qué asco. Qué imagen tan repugnante y triste. Pero ahora no quiero poesía. No quiero jugar a escribir. Arruinaría lo que quiero decir.
Supongo que simplemente me extraña haber perdido esa parte de mí. Me encantaría hablar con aquel chico. Qué me leyese la cartilla. Que me dijese exactamente de qué va esta vida. Y yo me reiría seguro de sus tonterías. De sus convicciones… tan seguro de todo. Tan idealista. Podría ser un buen intercambio. Me gusta pensar lo que le diría. Le enseñaría a querer sano. A tratar mejor a los demás. A no dejarse engañar y ver un poco más allá. Y al le daría igual. Porque creo que era feliz… pero como te digo, no lo recuerdo.
No quiero pensar en nadie más como lo hago ahora. Mirar atrás y no recordar de nuevo. Es una sensación de vacío. De pérdida. De fracaso.
Dejémoslo aquí por hoy. Me gustaría verte un día. Tomar ese café que tantas veces me ofreciste. Que te alegres por mí, por verme feliz. Ser capaz de hacerte reír un rato. Al menos será un buen epitafio. Supongo que se lo debemos a ellos.

miércoles, 17 de noviembre de 2010 en 2:24

5 Comments to "Historias del chico muerto."

Un largo texto epistolar para describir el desamor, pero es que los desamores pueden abarcar muchas páginas. Para escribir así, se tiene que haber vivido

Posted by Anónimo ( 17 de noviembre de 2010, 17:38 )

Bonito, tierno, tanto como doloroso y punzante.
Sigue escribiendo siempre que tus mounstruos internos tengan hambre :)se ve que tienes un potencial increíble.

Cada palabra que has escrito es un latido de tu corazón, un instante de tu vida, un recuerdo que aflora. Y nada puede ser vano, si no queremos que lo sea. Y así debe ser, porque haber vivido nos trajo hasta este momento. Todo lo vivido nos convierte en lo que somos... Y por ello es nuestro, se funde en nuestro ser como las olas a la playa.
Es realmente hermoso. Aunque en tu texto digas que no fue como hubieses querido, pero realmente tú lo embelleces al recordarlo.
Todos ensayamos nuestra puesta de largo en el mundo, durante aquellos años de adolescencia, de encuentros y desencuentros. Y mira, querido amigo, que me viene a la memoria un "minimás" de nuestra Carmen Camacho, poeta y persona maravillosa:
"¿En qué inviertes tus latidos?"
Un abrazo grande.

No sé que ven los demás, yo veo una crisálida. La muerte, aunque sea del niño que llevamos dentro, es siempre generadora de otra forma de vida. El chico muerto, por ejemplo, no hubiera podido escribir estas hermosas palabras. El hombré que salió de aquella crisálida, sí.

Seguiremos compartiendo, compañero. Un abrazo.

Hola chico. vengo de leer el mensaje de la botella de pablosgm y al ver tu link la curiosidad ha podido más que el "notengotiempo", pero ha merecido la pena. Escupes tus sentimientos a borbotones, se te escapan de la "pluma". Es lo que pasa cuando se llevan guardados mucho tiempo y de repente una clave hace de llave mágica que abre involuntariamente el grifo, explota la cañería por la presión contenida y no podemos evitar que el torrente se desborde. te invito a que visites mi blog. http://sibarbitas.blogspot.com.es/
En blogger lo he creado hace poco tiempo, bueno de hecho estoy aterrizando todavía,porque antes publicaba en facebook, pero necesitaba un cambio de aires,
Pues a lo dicho, si no puedes expresar tus sentimientos en el contexto adecuado, practicamente ninguno sabemos hacerlo, podremos disfrutar aquí de las maravillosas consecuencias,
un saludo
elena

Publicar un comentario